jueves, 9 de octubre de 2008

La Princesita de los cojones

Os voy a contar un cuento:

Era que te era una chica muy guay que se pasaba los días estudiando para las oposiciones malditas, un día lluvioso, la chica guay opositora maldita, a la que llamaremos a partir de ahora, para abreviar, opositora asqueada (no resume mucho pero define bien) se levantó tarde porque había dormido muy mal y aunque, en principio, tenía sus motivos de cansancio extremo, conforme iba pasando la mañana de diluía bajo la lluvia (poéticapretendidamenteprofunda off) tal justa causa y perreaba porque sí.
Opositora asqueada decidió que la tarde debía ser provechosa en grado máximo para compensar su injustificado ganduleo matutino y rauda y veloz se decidió a marchar a La Biblioteca Lejana.
De repente, cuando se disponía a salir por la puerta, Princesita Taconazo, con la que compartía morada, la invitó a acompañarla en su carruaje porque La Biblioteca Lejana le pillaba cerca de su inmediato destino. Opositora asqueada, ignorante de futuros acontecimientos, aceptó y agradeció amablemente tal ofrecimiento.

Pusiéronse en camino hablando de cosas sin fuste, que son las cosas de las que habla Princesita, pero, oh cielos, el carruaje algún tipo de avería sufría y a más vueltas buscando oquedad donde ubicar el carruaje (para la DGT vehículo a motor cuya masa máxima autorizada no excede de 3500 kg) más estertores anunciaban su inminente defunción.
Y allí, en mitad de un paso de de peatones bloqueando una callejuela (muy transitada como opositora asqueada iba a comprobar en breve) tuvo lugar su deceso, Princesita se puso muy triste y no sabía que hacer, opositora asqueada le aconsejaba "llama a la asistencia de carruajes en calzadas" Princesita buscaba en el bolso. Opositora asqueada continuaba sus diligencias de averiguación y localización "¿dónde tienes los papeles del seguro?¿están en la guantera?" Princesita ya había encontrado el móvil pero no contestaba a las preguntas porque otros carruajes pegaban bocinazos sin parar, al parecer convencidos de que las luces de emergencia las ponían de adorno. Princesita seguía buscando en el bolso. Opositora asqueada se bajó a mojarse en mitad del diluvio para explicarle a la señorita de ultramar que si pudieran ya habrían movido el carruaje, cesaron ipso facto sus gritos de "muévanse, muévanse" y rezó alguna maldición ininteligible que fue contestada por opositora asqueada con una fulminante mirada de reproche y un interno deseo de que sufriera alguna costosa avería en breve en sus propios delcos.
Princesita seguía bien seca dentro del carruaje y aún no había encontrado los papeles del seguro, pero, en un juicio de probabilidad infundada, conminó a opositora asqueada para que se volviese a bajar y mojar para rebuscar bajo el asiento del copiloto, opositora asqueada acató sin protestar porque Princesita se veía algo nerviosa, y opositora asqueada con una mano buscaba y con la otra intentaba explicar a otros que cesaran en sus inútiles pitorrazos, por tanto, cero manos libres para sujetar paraguas alguno.
Princesita no hacía más que lamentarse por la situación e interrogar a opositora asqueada sobre posibles causas del fatídico suceso, desdeñando el hecho de que opositora asqueada no tenga ni licencia de carruajes ni tampoco un FP de automoción.
Harta del escándalo pitorril, nuestra guay protagonista, se dispuso a plantar los triángulos posicionadores de carruajes averiados, por supuesto seguía lloviendo y Princesita era ya la única que seguía seca sin moverse del trono de su carruaje.
Opositora asqueada decidió darse una tregua en su ducha involuntaria procediendo a buscar ella misma dentro del carruaje los papeles de seguro... que, obviamente, estaban en la guantera como inicialmente apuntó.
Princesita se mostró muy contenta por el hallazgo (nunca se sabrá que había estado haciendo hasta entonces) y requirió los servicios de un carruaje grúa a la dirección que dictaba opositora asqueada... para estas alturas del cuento, también empapada.

Cuarenta largos minutos de espera iban a ser necesarios, opositora asqueada veía frustrarse su tarde de estudio, así que calculó la no demasiada distancia hasta La Biblioteca Lejana y preparó su despedida, advirtiendo a la Princesita, en perfectas condiciones de humedad, que debía llamar al trabajo y decidir dónde quería que llevasen el carruaje.

Y se marchó con su incipiente resfriado, no sin antes, colocar empujando el carruaje de la Princesita en una esquina que milagrosamente había quedado libre, ayudada por un amable recadero que se apiadó de la opositora asqueada o de la seca Princesita, aún no se sabe.

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